Pasando el puente las Arañas se encuentra la finca Santa Elena, que hacia 1971 era dueño do n Siervo Hernández y como era costumbre por esos tiempos; todo dueño de finca tenia vivientes que cuidaban cuando el propietario no se encontraban o como simple compañidero. En esos tiempos eran vivientes Pastora Gamboa y su familia.

Un domingo, le dijo Pastora a Gladys una de sus niñas que la acompañara al corral a darle de comer a los terneros que hacía poco había encerrado.

Al rato de estar allí le dijo a Gladys, niña de siete años: – ¡Mijita, vámonos pa la casa! Lo que la niña contesto: ¡no mamita, déjeme un rato más y ya me voy!

-vámonos Mijita… ya son las cuatro y hay que hacer la comida.

La niña insistió e insistió y Pastora se fue para la casa a hacer la comida mientras Gladys se quedo en los corrales jugando.

Mientras las horas pasaban, Pastora se olvidó por un buen rato hasta que se acordó que Gladys se había quedado sola en los corrales; salió a buscarla, llamándola por todas partes sin encontrarla.

Al no hallarla, llamó a los obreros y demás familia, buscándola por todos los lados de la finca, junto al rio Chucuri, en el vecindario y por ninguna parte la hallaron ese día. Pastora en su angustia de madre aprendió camino hasta la subida de revienta indios donde encontró tan solo la huella de un enorme perro.

Al lunes, vino gente del pueblo, los soldados del ejército, la policía y cuantos conocían a la familia, buscando rio arriba y rio abajo; en tantas partes imaginables… y anda. Por último acudieron al perifoneo de la casa cural y la alcaldía por ocho días y tampoco obtuvieron resultados. Parecía que a Gladys se la hubiera tragado la tierra.

Mientras pasaban los días, Pastora lloraba, rezaba novenas y pedía a los cielos la protección de su hija.

Pero un sábado, igual al día en que se había perdido su hija; hacia las cuatro de la tarde… en la misma hora en que se había perdido; Pastora escucho en el potrero, el llanto de un niño; vacilante se fue arrimando al lugar donde salía el llanto, con un pálpito en el corazón.

Allí, toda arañada, como si la hubieran arrastrado por abrojales, encontró a la niña.

Con emoción de madre la alzó y tiro para el pueblo, pues presentía el mal estado de su hija y solo atinó a llevarla al hospital. Cuando ya pudo articular palabra, le preguntaban:

-¿Qué había pasado Mijita?’

-¡Que estando en el corral, un perro negro la había aupado y se la había llevado!

-¿A dónde Mijita?

-Allá por los lados de la estación Guapotá, por donde vive mi abuelita, montada en el perro.

-¿Y qué le daba de comer?

-Me metía entre las raíces de los árboles grandes, dándome de comer frutas, nada más.

Y me llevó a tantas partes que yo no conozco.

Pastora pensó que el perro era un duende, y había llevado a la niña a donde la abuela Margarita que la quería tanto y deseaba tenerla a su lado en Guapotá donde vivía y por eso el duende en forma de perro la había llevado allá.

Gladys no recordaba como la había traído de nuevo y su aparecida en el potrero; entre su nebulosa de recuerdos apenas recordaba que estando jugando con uno de los terneros, vio al perro negro, tan enorme como nunca había visto antes, y como si la hubiera cogido por la jeta de un brazo; la cabalgó tan rápido por lugares desconocidos y le parecía que los días y las noches le eran iguales.

Tan solo quería olvidar para siempre lo que le había pasado; aunque en el fondo jamás, tal vez lo lograría.
Socorro Hernández Caballero