En la vereda de Santa Rosa se encuentra la antigua hacienda de Santa María que fue de Don Juan Gualdrón hace muchos años. Cuentan que una de las patronas era tan avara, llegando a negar hasta un vaso de agua y no permitía darle una limosna tan siquiera a alguien, pues si pillaba haciendo tales favores, perdía el trabajo. En esos tiempos trabaja una sirvienta muy amable con las gentes y trabajadores de la hacienda y cierta vez de madrugada cuando el aroma del café hervido se expandía; un señor alto, moreno, muy educado, le pidió por la ventana de la cocina un sorbo de tinto a la sirvienta, quien a escondidas le largo su pocillado ya que la patrona no estaba. El señor muy simpático le devolvió el pocillo y le ofreció un tabaco para que lo guardara en su baúl de los corotos, con la advertencia de no contárselo a nadie, ni lo viera ni tampoco se lo fumara.

Así pasaron muchas madrugadas… en el momento que el aroma del café se sentía, el señor se asomaba por la ventana, pedía con amabilidad su tinto y devolvía el pocillo con un tabaco. La sirvienta sin preguntar lo guardaba en su baúl donde tenía sus pertenencias. Lo hacía desde muchos días atrás, pero siempre con el miedo no hay la patrona la pillara en tales menesteres; pues ella no era de fiar, además de ser de malas pulgas por su genio.

Una madrugada, después del ritual de siempre; el señor caballeroso le dijo a la muchacha se fuera a trabajar a otra parte; era lo mejor que podía hacer;… así lo hizo, se fue para otra finca, en otra vereda con su baúl lleno de tabacos.
Unos días después la sirvienta fue abrió su baúl y cual sería la sorpresa cuando lo encontró lleno de tabacos de oro, haciéndose rica. Nunca más volvió a ver a ese señor gentil que le daba cada madrugada su tinto y él con caballerosidad le devolvía el pocillo con su tabaco para guardarlo en su baúl por un tiempo.

Escrito por:
David del Mora